Los bordillos de hormigón son elementos estructurales diseñados para delimitar zonas, dirigir el flujo y proporcionar durabilidad a largo plazo en diversos proyectos. El proceso comienza con el levantamiento topográfico y el marcado del área designada, lo que garantiza mediciones precisas que definen la alineación del bordillo. A continuación, se excava para retirar el suelo y establecer una base estable. Se prepara una subrasante compactada, a menudo reforzada con una base granular, que evita el desplazamiento y mejora la estabilidad.

 

A continuación, se instala el encofrado para dar forma al bordillo, construido con materiales resistentes para soportar el peso y la presión del hormigón fresco. Una vez colocado, se vierte el hormigón, se vibra cuidadosamente para eliminar las burbujas de aire y se nivela para lograr uniformidad. Según los requisitos del diseño, se puede utilizar refuerzo, como barras o mallas, para fortalecer aún más la estructura. Tras el vertido, se aplican técnicas de acabado especializadas, como el perfilado de bordes y el alisado, para conseguir el perfil deseado.

 

El curado es fundamental, ya que la retención controlada de humedad garantiza el desarrollo de la resistencia y la prevención de fisuras. Según el clima y las condiciones, los métodos de curado pueden incluir la pulverización de agua, el recubrimiento o el uso de compuestos de curado. Una vez endurecido, se retira el encofrado y el bordillo se somete a una inspección para garantizar su calidad. El resultado es un bordillo de hormigón preciso y duradero, diseñado para soportar cargas, condiciones climáticas adversas y un uso prolongado.